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Estrategia, arte y efecto Wragge-Lecount

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El diciembre caliente del 2017 argentino dejó un reguero de información política que aún, meses después, se está procesando. El debate parlamentario sobre la reforma previsional dio lugar a enormes manifestaciones no solo en las calles de Buenos Aires sino en las ciudades de todo el país. Asimismo los alrededores del Congreso Nacional fueron el escenario de una brutal represión por parte de las «fuerzas del orden» y su contestación por parte principalmente de la izquierda. Los avatares de las escaramuzas, la represión, la persecución o la demonización política de la protesta, ya suficientemente documentado, no es aquí motivo de un análisis; solo lo son sus consecuencias.

Y la consecuencia más notable se refiere a la centralidad que vuelve a adquirir la problemática de la estrategia política. Hay algunos datos que encendieron las alarmas del poder: una caída más o menos pronunciada de la imagen del gobierno, un protagonismo de la izquierda clasista en las calles (en desmedro del neorreformismo kirchnerista o la burocracia sindical) y un creciente estado de malestar por la situación socioeconómica.

A principios de 2018 la gran pregunta era ¿Cómo seguir? ¿Cuál sería la estrategia política más pertinente? Era una pregunta que se hacía tanto en los pasillos del poder como en las reuniones políticas de la oposición. Los debates en la izquierda sobre estrategia política son innumerables, sustanciosos y, por supuesto, imposibles de resumir en pocas líneas. Y es por ello que aquí intentaré abordar un aspecto pequeño pero sustancial para cualquier estrategia de izquierda: la cuestión de la iteratividad. Seguir leyendo Estrategia, arte y efecto Wragge-Lecount

Yasunari Kawabata: «Senectud, divino tesoro»

el-clamor-de-la-montana-yasunari-kawabata-webDespués de leer El clamor de la montaña (Yama no Oto, 1969) y La casa de las bellas durmientes (Nemureru Bijo, 1978) de Yasunari Kawabata, cualquier persona podrá estar segura que ese abuelito que le da de comer a las palomas en la plaza o aquel que te cruzas en el banco o en una manifestación antigubernamental, no tiene menos fuego en su interior que su atolondrada y hormonal nieta o su trepador y pedante hijo.

Shingo, el protagonista de El clamor de la montaña (o El sonido de la montaña, según las traducciones) tiene 63 años y una familia con la que no se siente a gusto, pero con una excepción: su joven y atractiva nuera; con ella se siente diferente y le hace rememorar un viejo amor, precisamente el de la hermana de su esposa, con quien no pudo casarse.

La vida de Shingo superficialmente fluye sin mayores contratiempos pero su vida interior es tumultuosa; su relación con Kikuko, su nuera, es tan fundamentalmente afectiva como sublimadamente sexual. Soledad en un entorno familiar árido donde su mujer (Yasuko) o sus hijos (la separada Fusako y sus pequeños hijos y el dilentante y mujeriego Shuichi, el esposo de Kikuko) poco tienen que aportar para Shingo cuya huida a su yo interior parece más bien una estrategia de superviviencia.

Este fluir de la conciencia de Shingo es bastante diferente al de la filosofía y estética occidental. No estamos en la dimensión de Bergson o Heráclito del nunca nos bañamos en el mismo río. La magdalena de Proust no es, precisamente, el modelo de excipiente que usa Kawabata para zambullirse en sus sueños eróticos o en sus fantasías diurnas. Shingo parece sumergirse en su propio mundo interno en un flujo de conciencia que también es un flujo de la naturaleza. Naturaleza siempre omnipresente en Kawabata y, en general, en la cultura japonesa. Flores, plantas, nubes, árboles, pájaros, el perro del vecindario, los pinos de Ikegami que Shingo ve desde el tren, el parque de Shinjuku al que va con Kikuko, todas las diversas formas de la naturaleza y sus estaciones parecen confluir en un mismo plano con el fluir de la conciencia del protagonista.

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Parque de Shinjuku

En la estética de Kawabata estamos en el anverso del ideal griego de belleza y perfección que es modelo por excelencia para los occidentales en tanto sujetos deseantes de alcanzar algún tipo de plenitud en un futuro ya sea este cercano o lejano, terrenal o supraterrenal, individual o político. En esta novela de Kawabata se hace presente los principios opuestos de este ideal griego: estamos en el terreno del wabi-sabi, aquel principio estético-social japonés que hace de la aceptación de lo imperfecto, lo impermanente y lo incompleto la piedra angular de toda construcción humana de la belleza. Nada dura, nada está terminado, nada es perfecto. La conciencia de estos principios de wabi-sabi parecen ser la base en la que reposan las reflexiones y la emocionalidad de Shingo.

la-casa-de-las-bellas-durmientes-webLa casa de las bellas durmientes (Nemureru Bijo, 1978) es una novela corta cuyos efectos en el lector son pregnantes y duraderos. El título hace referencia a una posada, una especie de lupanar de características muy especiales: solo dos habitaciones (recepción y dormitorio) donde los clientes son ancianos que se acuestan con una muchacha joven dormida (narcotizada) para dormir junto a ella toda la noche. La casa, regenteada por una señora de edad madura, tiene sus reglas: solo un anciano por noche, se les provee dos somníferos a los clientes para un mejor y plácido sueño, no debían hacer nada de mal gusto […] no debían poner el dedo en la boca de la muchacha ni intentar nada parecido.

Semejante argumento en manos de Kawabata se presta no precisamente a la sordidez (que podría ser el estilema en cualquier otro autor) sino más bien a algo aún más filoso: melancolía infinita, soledad profunda, reflexiones en torno a la belleza, la vejez, la juventud presente (al tacto) y juventud ya ausente (en la memoria).

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Gabriel Neale (1978-) Susana y los viejos

El regusto misógino y patriarcal adquiere visos de una decadencia otoñal soberbiamente frágil. Desde una perspectiva occidental, los cuerpos desnudos y dormidos de la posada a la que concurre el anciano Eguchi, son de una pasividad absoluta. Si pensamos en la pintura europea, la desnudez femenina es algo dado a ver para los que están vestidos, o por lo menos así lo ve John Berger siguiendo a K. Clark; es algo que implica siempre a un espectador como con la serie de Susana y los ancianos. En la casa de las bellas durmientes, la pasividad femenina y su reverso (la desnudez) se absolutiza al extremo. La diferencia de Kawabata con este tipo de pasividad femenina a lo occidental es que la misoginia de la pintura europea (desde la temprana iconografía del relato bíblico de Adán y Eva) se seba sobre la mujer de una manera cínica e hipócrita: Se pinta a la mujer desnuda para el propio deleite patriarcal pero cuando la pintamos, por ejemplo, con un espejo lo hacemos para obtener con ello la típica coartada moral estigmatizante: Es la «vanitas».

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Tintoretto. «Susanna e i vecchioni» (1560-65). En el Museo Kunsthistorisches de Viena, Austria. 

La otra línea típicamente occidental del desnudo es la de la disponibilidad, una displicencia corporal entre prados o almohadones pero donde siempre la pasividad supone un espectador masculino quien, a su vez, será el comitente, el que encargó la pintura. Y nosotros, claro está, seremos figuras vicarias.

En realidad, leyendo esta soberbia novela de Kawabata, pensé más en los shungas del periodo Edo (pre-Meiji) y también pensé en el corpus fílmico de Ozu (y sobre todo de los personajes interpretados por uno de sus actores fetiches: Chishū Ryū). Los shungas son estampas japonesas de temática erótica-sexual propia del Ukiyo-e, xilografías que florecieron en el período Edo, entre el siglo XVII y mediados del siglo XIX (comienzo del periodo Meiji, en 1867).

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Shunga de Ishikawa Moronobu, principios de 1680.

Lo más destacado de las shungas es el carácter activo de la mujer y la explicitación del amor sexual desde una perspectiva gozosa. Es conocido que la preparación para el matrimonio en el Japón pre-Meiji, suponía una pedagogía de madres a hijas que contaba no solo con las estampas eróticas de las shungas sino también con libros de cabecera y pequeñas figurillas (fijas o móviles) llamadas netsukes, usadas al principio como fíbulas pero luego trabajadas como verdaderas piezas de arte, incluyendo lo que en Occidente se empezó a popularizar (hacia fines del siglo XX) como «consoladores».

 

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OT-J-653-1Podrá parecer extraño a la mentalidad occidental que las madres niponas transmitieran a sus hijas enseñanzas explícitamente sexuales pero ello se llevó a cabo durante siglos, por lo menos en las clases acomodadas que podían adquirir dichos recursos pedagógicos. El inicio del periodo Meiji supuso, a la vez que una apertura de Japón al mundo, el inicio del capitalismo nipón al tiempo que la importación de vectores de moral puritana de raíz victoriana. Una idea que me gustaría con tiempo desarrollar y de la que aquí solo hago un breve apunte al modo de nota rápida es que Las bellas durmientes de Kawabata parecen ser una solución de compromiso entre el Japón de los shungas ukiyo-e y la moral Meiji. Me gustaría, en otro momento y con más tiempo, intentar confirmar o desechar dicha hipótesis.

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Chishu Ryu

Asimismo es casi seguro que leyendo al anciano Eguchi desde Kawabata veamos a cualquiera de los personajes interpretados por Chishū Ryū, el actor fetiche de Yasujirō Ozu, en su papel de abuelo en familias de complicados avatares vitales. Y es que Eguchi es un perfecto equilibrista entre la tensión de una misoginia occidental y un tradicionalismo japonés que en nada es deudor de la moralidad puritana que los Meiji hubieron de importar de Occidente.

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Yukio Mishima

Párrafo aparte merece la nota introductoria de Yukio Mishima a La casa de las bellas durmientes en la que el autor de Confesiones de una máscara destaca la perfección formal de la obra de quien fuera su maestro y mentor. Una perfección que da cuenta de la relación entre el erotismo y la muerte, mediados por el lirismo detallista propio de Kawabata. La fililación de Mishima con esa eroticidad máxima, tradicionalismo extremo y coartadas morales es una de las tantas derivas que el torturado discípulo supo extraer de su destacado maestro. Fascinado por Kawabata (ganador del Premio Nobel en 1968) también estuvo Gabriel García Márquez, bajo cuyos influjos escribió Memorias de mis putas tristes (2004).

N. Patricio Reyes C.

«Armadale» y «petit armadale» de Wilkie Collins

ArmadaleImagínate a Lady Macbeth o a la madrastra de Cenicienta o a Medea o a alguna manipuladora similar escribiendo un diario. Bueno, en «Armadale» tenemos eso y muchísimo más. Lydia Gwilt es, quizás, una de las más fantásticas malvadas que haya producido la literatura inglesa. Su diario, sus cartas y las acciones narradas por el genial Wilkie Collins convierten a este personaje en una figura arrolladora que crece página a página casi en desmedro de quienes parecían que iban a ocupar el estrellato: Armadale y Midwinter.

«La dama de blanco» y «La piedra lunar» son las dos obras maestras de Collins según los entendidos. Sin embargo, «Armadale» debería figurar en pie de igualdad con estas, sino por su trama, por lo menos por el perfecto cincelamiento de nuestra Gwilt, cuyos vericuetos emocionales y sentimentales ganan en profundidad lo que las otras dos novelas ganan en complejidad narrativa.

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Nastasia Filipovna, geómetra del patriarcado

Nastasia Filipovna juega en las ligas mayores. Se codea con Emma Bovary, con su compatriota Karenina, con la Nora de Ibsen, con la Isabel de James. Sin embargo, no creo que se haya hecho demasiado hincapié en ella. No pretendo corregir supuestas deudas al respecto sino más bien pensar en voz alta lo que de su figura me conmueve.

Compañeras de liga

Veamos a las compañeras de Liga que hemos nombrado según su orden de llegada:

En 1856 entra en el escenario Emma Bovary con Madame Bovary de Flaubert;
1868 será el año en que aparece ella misma con El idiota de Dostoievsky;
en 1877 lo hace Ana Karenina de la mano de Tolstoi;
Nora Helmer, con Casa de muñecas de Ibsen, lo hará en 1879;
y, finalmente, Isabel Archer con Retrato de una dama de Henry James entra en escena en 1881.

En el transcurso de una generación (25 años) se produce lo que para mí es la mejor producción literaria europea (cuatro novelas y una obra de teatro) en torno a caracteres femeninos complejos. Ahora bien, si leemos entrelineas nos daremos cuenta que dichos Seguir leyendo Nastasia Filipovna, geómetra del patriarcado